Según los tiempos avanzan, o retroceden, dependiendo a quién se pregunte, la economía acelera o desacelera, la política atina o desatina e incluso la religión da esperanza o la quita, pero lo que nunca cambia es que tenemos que dejar nuestros pasos en la arena.
Nuestro tránsito es continuo a pesar de los inconvenientes, dado que todos acabamos en el mismo lugar. Altas y bajas, ricas y pobres, la realidad que queremos ocultar tapando nuestros pasos en la arena, es que, todas las personas recorren un camino y aunque la misión sea diferente, el fin es el mismo.
La educación nos permite caminar con menos tropiezos, pero no es suficiente. Lo que nos da sabiduría no se enseña en ninguna escuela o universidad, es más, es probable que no debamos aprenderlo estudiando sino viviendo. Mirando, tocando, sintiendo cada ráfaga de viento rozando nuestra piel. Cada gramo de arena es una gota de vida que hay que vivir individualmente, de nada sirve que otro lo haga por ti.
En tiempos en los que la libertad individual y colectiva fluyen de manera ambigua, hay que replantearse si los pasos que damos en la arena los puede dar un grupo por nosotros. Esto nos puede llevar a pensar que la libertad de grupo choca con la individual. Si lo analizamos como un todo, la libertad del individuo es la que puede dar esos pasos que sirvan de guía a aquellos que pierden su rumbo en la arena.
Los grupos apartan y dejan atrás a los débiles, o a los que ellos consideran débiles. Como individuos, la debilidad es un espejismo ya que dependemos de nosotros mismos y nuestros pasos en la arena para caminar. Todos tenemos una senda, todos tenemos un fin semejante, pero ninguno da pasos en la arena de la misma manera.