En un recóndito lugar de nuestra mente se haya el olvido, todo aquello que queremos mantener lejos de nuestra realidad. Una persona, un sentimiento o un hecho permanecen ocultos en nuestro rincon hasta que algo o alguien los vuelve a evocar. Nuestra mente es una gran casa habitada por recuerdos pasados e imágenes por suceder en alguna dimensión de nuestra conciencia. Como toda gran casa, oculta lugares únicos donde somos especialmente felices, y lugares oscuros donde nuestras pesadillas cobran vida y nos atormentan. Al envejecer, la casa va perdiendo el color y la alegria de antaño, y vamos viendo desaparecer los recuerdos y emociones que formaron parte de ella. Pero aún con una casa decrépita y maltratada por el infinito tiempo, hay vida en ella.
La prisa por sentir, por tener y por mejorar nos ha convertido en monstruos que caminan por una carretera sin control destruyendo todo lo que encuentran a su paso. Para ser feliz no hace falta nada; para lo contrario, el todo. Olvidar que no somos nada sin los recuerdos de quienes somos realmente, nos lleva a los escombros de una casa destrozada por el paso del tiempo.
No es la vejez la que nos destruye, es el deseo de ser eternos en un cuerpo temporal. Vivir el presente es recordar el pasado anhelando el futuro por ver, sin pretensiones, sin prisas y sin presiones.