Recuperando al niño interior
Los niños poseen naturalmente lo que muchos adultos anhelamos profundamente: la capacidad de vivir en el presente, de asombrarse ante lo cotidiano y de encontrar diversión en las situaciones más simples. No tienen miedo de ensuciarse, de reír a carcajadas o de expresar libremente sus emociones sin filtros sociales. Esta autenticidad es precisamente lo que les permite experimentar la felicidad de manera tan intensa y frecuente.
¿Por qué no permitirnos, de vez en cuando, esa misma libertad que teníamos de niños? Quizás se trate simplemente de quitarse los zapatos y sentir la hierba fresca bajo los pies, de chapotear en un charco tras la lluvia primaveral, de construir un improvisado fuerte de rollos de papel higiénico en el salón o de colorear sin preocuparse obsesivamente por salirse de las líneas.
Libertad emocional
Los niños expresan sus emociones sin reservas. Como adultos, podemos permitirnos llorar cuando estamos tristes o bailar de alegría sin preocuparnos por el qué dirán.
Capacidad de asombro
Redescubrir la belleza en lo cotidiano: un amanecer, una flor que brota, el sabor de una fruta. Detenernos a observar con nuevos ojos lo que nos rodea.
Curiosidad infinita
Mantener viva la curiosidad nos permite aprender constantemente y ver el mundo como un lugar lleno de posibilidades, tal como lo veíamos cuando éramos pequeños.
Estas pequeñas acciones «infantiles» pueden recordarnos que la vida no tiene que ser siempre seria y estructurada, que el juego no es exclusivo de la infancia y que la felicidad a menudo se encuentra en los momentos más simples e inesperados. Al recuperar esta capacidad, estamos reconectando con una parte esencial de nuestra humanidad que nunca deberíamos haber abandonado.